lunes, 14 de octubre de 2024

Nietzsche

Fuentes:
Más allá del bien y del mal. (AQUÍ)
El crepúsculo de los ídolos.  (AQUÍ)
Genealogía de la Moral.  (AQUÍ) y (AQUÍ), (TXT)
Así habló Zarthustra.  (AQUÍ)

lunes, 9 de septiembre de 2024

Cuestionario Kant

Cuestionario sobre la ética de Kant
[Adaptado por M. Paesani, a partir del capítulo 14, 'Kant', de la Historia de la Ética de Alasdair MacIntyre.]


¿En qué sentido puede considerarse que Kant fue un gran exponente del pensamiento ilustrado?

Kant fue a la vez un típico y supremo representante de la Ilustración: típico a causa de su creencia en el poder del razonamiento valiente y en la eficacia de la reforma de las instituciones (cuando todos los Estados sean repúblicas no habrá más guerras); supremo porque en sus pensamientos o resolvió los recurrentes problemas de la Ilustración, o los volvió a formular en una forma mucho más fructífera.

¿Cómo podrían sintetizarse los aportes de Kant a la teoría del conocimiento?

El más grande ejemplo de esto es su síntesis de esos dos ídolos de la Ilustración, la física de Newton y el empirismo de Helvecio y Hume, en la Crítica de la Razón Pura.

Los empiristas habían sostenido que tenemos fundamentos racionales para no creer en nada más allá de lo que ya ha sido encontrado por nuestros sentidos; y la física de Newton ofrece leyes aplicables a todos los sucesos en el espacio y en el tiempo.

¿Cómo reconciliar ambas posiciones?

Kant sostiene que podemos contar con la seguridad a priori de que toda nuestra experiencia será gobernada por leyes, y gobernada por leyes a la manera de la causalidad newtoniana, no en virtud del carácter del mundo exterior, sino en virtud del carácter de los conceptos mediante los cuales captamos ese mundo. La experiencia no es una mera recepción pasiva de impresiones; es una captación y comprensión activa de percepciones, y sin los conceptos y categorías con los que ordenamos y entendemos las percepciones carecería de forma y de significado. "Lo conceptos sin percepciones son vacíos, las percepciones sin conceptos son ciegas."

¿Es importante la teoría del conocimiento de Kant para comprender sus doctrinas éticas?

La teoría kantiana del conocimiento tiene importancia para entender algunos presupuestos y métodos. Por ejemplo, que la moral trasciende la experiencia, y por lo tanto los límites de la metafísica de la naturaleza, y que su punto de partida es la conciencia moral común.

¿Por qué lo moral trasciende la naturaleza?

Puesto que las relaciones causales se descubren sólo cuando aplicamos las categorías a la experiencia, no pueden inferirse relaciones causales más allá de la experiencia. Por lo tanto, no podemos inferir del orden causal de la naturaleza un Dios que es su autor. La naturaleza es completamente impersonal y no moral; puede considerarase como el producto de un diseñador grande y benevolente, pero no podemos afirmar que es tal cosa. Por eso tenemos que buscar el reino de la moral fuera del reino de la naturaleza. 

¿Cómo es el método de Kant?

El procedimiento de Kant no consiste en buscar -como lo hicieron Descartes y algunos empiristas- un fundamento que legitime frente a un posible escéptico las pretensiones de conocimiento.

Kant da por supuesta la existencia de conocimientos efectivos, como la aritmética y la mecánica newtoniana, e investiga cómo deben ser nuestros conceptos para que estas ciencias sean posibles [sus CONDICIONES DE POSIBILIDAD].

¿Cómo se aplica ese método en el análisis moral?

Lo mismo sucede con la moral. Kant da por supuesta la existencia de una conciencia moral ordinaria. Sus propios padres, cuyos sacrificios habían hecho posible que él se educara, y cuyas dotes intelectuales eran notablemente inferiores a las suyas, le parecían ser modelos de simple bondad. Cuando Kant leyó a Rousseau, las observaciones de éste sobre la dignidad de la naturaleza humana común le llamaron inmediatamente la atención.

La conciencia moral de la naturaleza humana común proporciona al filósofo un objeto de análisis, y un punto de partida. La tarea del filósofo es averiguar cuál debe ser el carácter de nuestros conceptos y preceptos morales para que la moralidad sea posible tal como es. Es decir, las condiciones de posibilidad de la moral.

Kant concibió su tarea como el aislamiento de los elementos a priori -y, por lo tanto, inmutables- de la moralidad. En diferentes sociedades quizás haya diferentes esquemas morales, y Kant insistió en que sus propios estudiantes se familiarizaran con el estudio empírico de la naturaleza humana. Pero, ¿qué es lo que convierte en morales a estos esquemas? ¿Qué forma debe tener un precepto para que sea reconocido como precepto moral?

¿Cuál es el punto de partida de la ética de Kant?

Kant emprende el examen de esta cuestión a partir de la aseveración inicial de que no hay nada incondicionalmente bueno, excepto una buena voluntad. La salud, la riqueza o el intelecto son buenos sólo en la medida en que son bien empleados. 

La voluntad no es buena por lo que obtiene o logra.

La atención se centra en la voluntad del agente, en sus móviles o intenciones, y no en lo que realmente hace.

¿Qué móviles o intenciones hacen buena a la buena voluntad?

¿Cuándo es 'buena' la 'voluntad'?

El único móvil de la buena voluntad es el cumplimiento de su deber por amor al cumplimiento de su deber.

Una persona puede hacer lo que es su deber respondiendo a móviles muy distintos.

Ejemplo del almacenero:
Un comerciante que entrega el cambio correcto puede ser honesto no a causa de que es su deber ser honesto, sino porque la honestidad trae buenos resultados al atraer a la clientela y aumentar las ganancias.

Una voluntad puede no llegar a ser buena no sólo porque cumple con el deber en virtud de móviles egoístas, sino también porque lo cumple en virtud de móviles altruistas, los cuales, sin embargo, surgen de la inclinación. Si soy una persona amistosa y alegre por naturaleza, que gusta de ayudar a los demás, mis actos altruistas -que pueden coincidir con lo que de hecho me exige el deber- quizá se realicen no porque el deber los exija, sino simplemente porque tengo una inclinación a comportarme de esa manera y disfruto de ello. En este caso, mi voluntad no llega a ser decisivamente buena, lo mismo que si hubiera actuado por un interés egoísta. 

Kant contrasta entre el deber, por una parte, y la inclinación de cualquier tipo, por la otra.

Pues la inclinación pertenece a nuestra determinada naturaleza física y psicológica, y no podemos, según Kant, elegir nuestras inclinaciones.

Lo que podemos hacer es elegir entre nuestra inclinación y nuestro deber.

¿Cómo se me hace presente el deber?

Se presenta como la obediencia a una ley que es universalmente válida para todos los seres racionales.

¿Cuál es el contenido de esta ley? ¿Cómo tomo conciencia de ella?

Tomo conciencia de ella como un conjunto de preceptos que puedo establecer para mí mismo y querer coherentemente que sean obedecidos por todos los seres racionales.

La prueba de un auténtico imperativo es que puedo universalizarlo, esto es, que puedo querer que sea una ley universal; que sea ley de una naturaleza posible (moral.)

Debo ser capaz de querer que sea ejecutado universalmente en las circunstancias apropiadas.

La exigencia de consistencia es parte de la racionalidad esperada en una ley que los humanos se prescriban a sí mismos, en tanto seres racionales.

¿Cómo ilustra la exigencia de universalidad el ejemplo de las promesas?

Ejemplo de las promesas. Supóngase que estoy tentado de romper una promesa. El precepto según el cual pienso actuar puede formularse así: "Me es posible romper una promesa siempre que me convenga." ¿Puedo querer consistentemente que este precepto sea universalmente reconocido y ejecutado?
Si todos actuaran según este precepto y violaran sus promesas cuando les conviene, evidentemente la práctica de formular promesas y confiar en ellas se desvanecería, pues nadie sería capaz de confiar en las promesas de los demás, y, en consecuencia, expresiones de la forma "Yo prometo…” dejarían de tener sentido. Por eso querer que este precepto se universalice es querer que el mantenimiento de las promesas ya no sea posible. Pero querer que yo sea capaz de actuar de acuerdo con este precepto (lo que debo querer como parte de mi voluntad de que el precepto sea universalizado) es querer que sea capaz de formular promesas y violarlas, y esto implica querer que la práctica del mantenimiento de las promesas continúe con el fin de que pueda sacar provecho de ella. Por eso querer que este precepto sea universalizado es querer a la vez que el mantenimiento de promesas subsista y no subsista como práctica. Así, no puedo universalizar el precepto en forma consistente, y, por lo tanto, éste no puede ser un verdadero imperativo moral o, como lo llama Kant, un imperativo categórico.

¿Qué clases de imperativos distingue Kant?

Kant contrapone los imperativos morales (categóricos) a los imperativos hipotéticos.

Un imperativo hipotético tiene la forma "Debes hacer tal y cual cosa si . . . " El 'si' puede introducir dos tipos de condición. Hay imperativos hipotéticos de habilidad: "Debes hacer tal y cual cosa (o, 'Haz tal y cual cosa') si quieres obtener este resultado" (v. g., "Aprieta la perilla si quieres tocar el timbre"); y hay imperativos hipotéticos de prudencia: "Debes hacer tal y cual cosa si deseas ser feliz (o, 'para tu beneficio') ."

El imperativo categórico no está limitado por ninguna condición. Simplemente tiene la forma "Debes hacer (o no hacer) tal y cual cosa".

Una versión del imperativo categórico kantiano aparece, por cierto, en expresiones morales comunes de nuestra sociedad: "Debes hacerlo." "¿Por qué?" No hay un motivo. Simplemente debes hacerlo." La eficacia del "No hay un motivo" reside en que establece un contraste con los casos en que se debe hacer algo porque nos traerá placer o provecho o producirá algún resultado que deseamos. 

A estas nociones familiares se agrega la prueba kantiana de la capacidad 'para universalizar el precepto en forma consistente', un criterio que pretende ser racional y, por ello objetivo, para decidir cuáles son los imperativos morales auténticos.

La importancia histórica de Kant se debe en parte a que su criterio está destinado a reemplazar dos criterios mutuamente excluyentes.

Según Kant, el ser racional se da a sí mismo los mandatos de la moralidad. No obedece más que a sí mismo.
[Es *autónomo*]

¿Por qué las morales de Jesús o de Aristóteles serían ejemplos de 'heteronomía'?

La obediencia no es automática porque no somos seres completamente racionales, sino compuestos de razón y de lo que Kant llama la sensibilidad, en la que incluye todo nuestro modo de ser fisiológico y psicológico. Kant contrapone lo que denomina "amor patológico" -expresión que no designa un amor mórbido o inhumano, sino un afecto natural, esto es, el amor que surge en nosotros espontáneamente- al "amor que puede ser ordenado", es decir, la obediencia al imperativo categórico que se identifica con el amor al prójimo ordenado por Jesús. Pero Jesús no puede constituir para nosotros una autoridad moral; o, más bien, lo es sólo en la medida en que nuestra naturaleza racional lo reconoce como tal y le acuerda autoridad. Y si ésa es la autoridad que aceptamos, lo que en última instancia se nos presenta como tal, es de hecho nuestra propia razón y no Jesús. Podemos expresar esto mismo en otra forma. Supóngase que un ser divino -real o supuesto- me ordena hacer algo. Sólo debo hacer lo que ordena si lo que ordena es justo. Pero si estoy en la situación de juzgar por mí mismo si lo que ordena es justo o no, entonces no necesito que un ser divino me instruya con respecto a lo que debo hacer. Cada uno de nosotros es, ineludiblemente, su propia autoridad moral. Comprender esto -lo que Kant llama autonomía del agente moral- es comprender también que la autoridad externa, aun si es divina, no puede proporcionar un criterio para la moralidad. Suponer que puede hacerlo implicaría ser culpable de heteronomía, es decir, del intento de someter al agente a una ley exterior a sí mismo, ajena a su naturaleza de ser racional.

La creencia en la ley divina como fuente de la moralidad no es el único tipo de heteronomía. Si intentamos encontrar un criterio para evaluar los preceptos morales en el concepto de felicidad o en el de lo que satisfaría los deseos y necesidades humanas estaremos igualmente mal encaminados. El reino de la inclinación es tan ajeno a nuestra naturaleza racional como cualquier mandamiento divino. Por eso la 'eudaimonía' de Aristóteles es tan inútil para la moralidad como la ley de Cristo.

La noción de felicidad es indefinidamente variable.
Pero la ley moral debe ser completamente invariable.
Cuando he descubierto un imperativo categórico, he descubierto una regla que no tiene excepciones.

Ejemplo: 
El problema de la licitud circunstancial de la mentira. (Kant dice que nunca es lícito mentir.)

¿Por qué Dios, libertad e inmortalidad son presupuestos?

Según Kant, la razón práctica presupone una creencia en Dios, en la libertad y en la inmortalidad. 

1. Se necesita de Dios como un poder capaz de realizar el summum bonum, es decir, de coronar la virtud con la felicidad.

2. Se necesita de la inmortalidad porque la virtud y la felicidad manifiestamente no coinciden en esta vida, 

3. La libertad es el supuesto previo del imperativo categórico; Pues sólo en los actos de obediencia al imperativo categórico nos liberamos de la servidumbre a nuestras propias inclinaciones.

¿Por qué la obediencia a la ley es libertad moral?

El debes del imperativo categórico sólo puede aplicarse a un agente capaz de obedecer. En este sentido, debes implica puedes. Y ser capaz de obedecer implica que uno se ha liberado de la determinación de sus propias acciones por las inclinaciones, simplemente porque el imperativo que guía la acción determinada por la inclinación es siempre un imperativo hipotético. Éste es el contenido de la libertad moral.

jueves, 15 de agosto de 2024

Uso de razón 1

USO DE RAZÓN.  ESTA ES LA CUESTIÓN. © Ricardo García Damborenea
http://www.usoderazon.com/conten/cuesti/estaes/marcoscuesti.htm

Resumen
I. Controversia es el debate que surge entre dos opiniones contradictorias.
II. Cuestión es aquel aspecto del asunto en que se condensa la controversia.
III. Las cuestiones básicas o de conocimiento, pueden ser de tres tipos:
   -Conjetural, cuando se discuten hechos que no son patentes.
   -Nominal, si se disputa sobre el nombre.
   -Evaluativa, que se refiere a la valoración.
IV. La mayor parte de los debates complejos, que plantean cuestiones de acción, responden a dos modelos principales:
    -La deliberación sobre qué hacer.
    -El enjuiciamiento de una responsabilidad.


INTRODUCCIÓN
¿DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO?

Índice:
1. La cuestión
2. Cómo delimitamos la cuestión
3. Los debates que suscita la acción
4. Resumen
 
Sócrates— Supongo, Gorgias, que tú también tienes la experiencia de numerosas discusiones y que has observado en ellas que difícilmente consiguen los interlocutores precisar el objeto sobre el que intentan dialogar. (Platón: Gorgias.)
 

1. La cuestión

¿Qué es lo más importante para abordar una discusión? Saber de qué se discute. Tal homenaje a Perogrullo no es gratuito. La experiencia cotidiana muestra la facilidad con que nos enzarzamos en disputas mal establecidas. Tan absurdo como encargar un traje sin conocer quién lo vestirá es preparar argumentos antes de averiguar qué debemos defender y cuáles son las exigencias de su defensa. Así pues, el principal mandamiento para quien pretenda participar en un intercambio de ideas, dice que, lejos de malgastar sus primeras energías en un acopio tal vez inútil de razonamien­tos, deberá precisar el objeto sobre el que intenta dialogar: ¿en qué con­siste el desacuerdo? ¿dónde radica el meollo de la discrepancia? ¿qué me niegan? ¿qué pretendo concretamente rechazar?

 
— Debieras pensar en tu futuro y tomarte más en serio los estudios.

— Pero, papá, si tú a mi edad pasabas más tiempo en el bar que en clase.

— Mira, hijo, si quieres discutir conviene no mezclar las cosas. ¿Está bien o mal lo que yo te digo? ¿Estuvo bien o mal lo que yo hice? ¿Justifican mis errores los que tú cometas? Son tres cosas distintas: ¿cuál quieres que discutamos?


Cuando no establecemos adecuadamente los límites de la disconformidad, resulta un guirigay en el que nadie se entiende porque cada uno trata sobre cosas diferentes. No es raro escuchar debates en los que un participante porfía que los hechos no han ocurrido, mientras su oponente sostiene que son un crimen, y un tercero afirma que estuvo muy bien hecho, cuestiones todas manifiestamente distintas e incompatibles. Es preciso, pues, determinar la cuestión.

Controversia:
Surge una controversia cuando existen dos opiniones encontradas sobre una misma materia, por ejemplo: la TV es buena para los niños/ la TV es perjudicial para los niños. Al objeto de este desacuerdo, a lo que se discute, a lo que se cuestiona, lo llamamos cuestión, porque suele enunciarse en forma de pregunta: ¿Es buena o mala la TV para los niños? o, lo que es igual: Si la TV es, o no, buena para los niños.

2. ¿Cómo delimitamos la cuestión?

Todo lo que se discute se reduce a tres cuestiones: Si existe la cosa, qué es la cosa y cómo es la cosa. (Cicerón, El Orador, 14, 45.)

Aunque pudiera parecer que las posibilidades de controversia son infinitas, todas las cuestiones se reducen a tres variedades porque únicamente son tres las dudas o cosas dudosas sobre las que podemos discutir:
             a. Si una cosa existe o no, por ejemplo, si un hecho se ha producido o no.
             b. En qué consiste, esto es, qué nombre le corresponde
             c. Si nos parece bien o mal.

a. Se discute sobre si algo es cierto o posible: si ha ocurrido o no, si es como se cuenta o de otra manera. En suma: se discute acerca de los hechos y sus circunstancias. Por ejemplo:

-Si Greenpeace ha paralizado, o no, la producción de una empresa en Alicante.
-Si en la clínica Gutiérrez se ha practicado, o no, un aborto esta semana.
-Si el Madrid ganará la liga de fútbol.

A este tipo de cuestión la llamaremos de hechos o conjetural, porque en ella, faltos de evidencias, discutimos sobre conjeturas para saber si algo (un hecho o una intención) se da o pudiera darse.

b. Aceptando que los hechos han ocurrido, o que pueden ocurrir, cabe la discusión sobre qué nombre hemos de ponerles. Por ejemplo:

-Si cuando Greenpeace recurre a la fuerza contra las empresas debemos considerarlo un rasgo de altruismo, un exceso juvenil o una forma de terrorismo.
-Si el aborto de la clínica Gutiérrez constituye un acto médico normal, o un asesinato.

A esta variedad la llamaremos cuestión nominal o de palabras, porque en ella se debaten los nombres de las cosas, para conocer qué son, en qué consisten.
 
c. Estando de acuerdo en que los hechos son ciertos, e in­dependientemente de la denominación que merezcan, se puede discutir si están bien o están mal y si convienen o perjudican. De este modo se debate por ejemplo:

-Si lo que hace Greenpeace es útil, o representa una amenaza para la industria.
-Si en la clínica Gutiérrez se hizo lo mejor que se podía hacer dadas las cir­cunstan­cias.
-Si el triunfo del Madrid lo estimaremos como una bienaventuranza o una calamidad.

A este tipo de cuestión la llamaremos evaluativa o de valoración, por­que en ella se confron­tan juicios de valor para establecer si las cosas son buenas o malas y en qué grado.

Estas son, pues, las tres posibilidades de debate que ofrece cualquier asunto. Las llamamos cuestiones de conocimiento porque nos sirven para explicar y juzgar los hechos. Tocaremos una de ellas o todas seguidas según sea nuestro grado de información. Así, por ejemplo, mirando al pasado, podemos discutir sucesivamente: si la cosa ha ocurrido (cuestión conjetural), cómo la llamaremos (cuestión nominal) y qué nos parece (cuestión de valoración).

-Si Greenpeace ha paralizado o no una empresa en Alicante;
-Si hemos de considerarlo una hazaña o un sabotaje;
-Si, pese a todo, nos parece que estuvo bien o mal hecho.

Como es obvio, si lo hechos no se rechazan, el debate comienza en la cuestión nominal, y si ésta tampoco se discute, será posible dirigirse directamente a la valoración. Del mismo modo se abordan las cosas del futuro: si son posibles, cómo se llaman y qué nos parecen.

3. Los debates que suscita la acción

 Nada nos impide polemizar sobre una o varias de las cuestiones básicas, pero lo habitual es que nuestros debates no se limiten a ellas, esto es, al análisis de los hechos. Discutimos al servicio de la acción (praxis). Queremos dejar sentado cómo son las cosas porque nos esperan preguntas adicionales: ¿hay que hacer algo? ¿qué es lo que habría que hacer? ¿cómo conseguirlo? Estamos hablando de cuestiones de acción. Nos interesan las cuestiones de conocimiento como preludio y fundamento de nuestras decisiones.

Aquí ocurre también que los debates imaginables son infinitos pero sus variedades se reducen sustancialmente a dos:
 -la deliberación (¿qué hacer?) y
 -el enjuiciamiento (¿quién es el responsable?).

En la deliberación nos ocupamos del futuro, no para vaticinarlo, como corresponde a una cuestión puramente conjetural, sino para escoger cómo nos conviene actuar.

-Si se debe invitar a Greenpeace a visitar todas las empresas del país.
-Si el Estado debe cerrar la empresa contaminante.
-Si el Estado debe compensar a la empresa perjudicada.

Son cuestiones de acción que no podremos resolver sin repasar antes las cuestiones de conocimiento en cada una de las alter­nativas disponibles.

En el enjuiciamiento discutimos sobre personas para delimitar respon­sabilidades, lo que nos obliga a tocar cuestiones conjeturales (¿intervino?), de nombre (¿imprudencia temeraria o accidente?), y de valoración (hizo bien, hizo mal, hizo lo que pudo), para concluir con una deliberación (¿merece un premio o un castigo?).

Bien se ve que tanto la deliberación como el enjuiciamiento son debates mixtos que pueden albergar discrepancias múltiples.

¿Qué hizo Pinochet?
¿Cómo lo llamaremos?
¿Qué juicio nos merece?
¿Qué procede hacer con él?
¿Quién debe hacerlo y dónde, cuándo, cómo...?

Todas estas cuestiones, y algunas más, rondan (y embrollan) el caso Pinochet. Es obvio que no se pueden discutir al mismo tiempo, salvo que deseemos (cosa frecuente) confundir al auditorio.
 
Los que disputan han de convenir primero en lo que tratan, que es lo que llaman estado de la causa, o el punto de que principalmente se duda (Fr. Luis de León)

  * * *

En suma: el primer paso en toda polémica debe servir para precisar la cuestión: ¿qué es lo que se discute? ¿sobre qué asunto y sobre qué aspecto de dicho asunto? A esto nos referimos cuando hablamos de centrar el debate o acotarlo.

Vosotros pensáis que lo que se trata es si se ha de hacer la guerra o no: y no es así. Lo que se trata es si esperaréis al enemigo en Italia, o si iréis a combatirlo en Macedonia, porque Filipo no os permite escoger la paz. (Tito Livio, XXXI, 5.)

 Si no queremos dar facilidades a un contrincante, importa cuidar dos cosas:
        A - Que el debate no se desvíe de la cuestión que está en cada momento sobre la mesa.
        B - Que al tratar diversas cuestiones se guarde el orden que la lógica reclama.

   Cuando un asunto nos obliga a considerar varias cuestiones es una locura confundirlas o mariposear sobre ellas. Debemos impedir cualquier desviación de la cuestión: ESO NO ES LO QUE ESTAMOS DISCUTIENDO. Ya llegará el momento de tratarlo. Importa mucho ordenar el debate para solventar todas las diferencias sucesivamente. Sería absurdo discutir sobre la corrección de unos hechos que no están probados o que, si lo están, no se consideran perniciosos.

   Llamamos división a la tarea de señalar y ordenar todas las cuestiones que pueden intervenir en un debate. Una buena división asegura tres cuartas partes del éxito porque despliega con claridad lo que está en juego, lo que debemos defender y aquello que será preciso refutar. De ella, sin ningún esfuerzo adicional brotan los argumentos, porque ella misma los exige y en buena parte los sugiere.

El cuidado de establecer bien las cuestiones, de plantearlas con exactitud y acierto, y de no permitir que salgan de su terreno, es de mayor interés para el que habla el último, porque a veces con sólo este trabajo fácil y sencillo, desvanece cuanto se ha dicho antes, e inclina a su favor la balanza sin otros esfuerzos ni fatiga. Suele ocurrir que el que habla primero apela al medio de desnaturalizar la cuestión para mirarla bajo el aspecto que más le conviene. No se necesita, pues, entonces otra cosa que traerla a sus verdaderos términos, y con esto sólo vendrá a tierra todo el edificio y toda la gran balumba que haya podido levantar un adversario diestro y poco escrupuloso. (Joaquín Mª López.)

   Delimitadas de esta manera las cuestiones posibles, conviene luego estudiarlas con más detenimiento, porque cada una de ellas impone modos peculiares para la defensa y la refutación.


4. Resumen

I. Controversia es el debate que surge entre dos opiniones contradictorias.
II. Cuestión es aquel aspecto del asunto en que se condensa la controversia.
III. Las cuestiones básicas o de conocimiento, pueden ser de tres tipos:
 -Conjetural, cuando se discuten hechos que no son patentes.
 -Nominal, si se disputa sobre el nombre.
 -Evaluativa, que se refiere a la valoración.
IV. La mayor parte de los debates complejos, que plantean cuestiones de acción, responden a dos modelos principales:
  -La deliberación sobre qué hacer.
  -El enjuiciamiento de una responsabilidad.